El niño tiene necesidad de magia

Al intentar que un niño acepte explicaciones científicamente correctas, los padres desestiman, demasiado a menudo, los descubrimientos científicos acerca de cómo funciona la mente del niño. Las investigaciones sobre los procesos mentales infantiles, especialmente las de Piaget, demuestran de modo harto convincente que el niño pequeño no es capaz de comprender los dos conceptos abstractos de permanencia de cantidad, y de reversibilidad; por ejemplo, no pueden comprender que la misma cantidad de agua en un recipiente estrecho permanezca a un nivel superior que si la colocamos en otro más ancho, donde el nivel será inferior; así como tampoco ven que la resta es el proceso inverso a la suma. Hasta que no llegue a comprender estos procesos abstractos, el niño podrá experimentar el mundo sólo de modo subjetivo.


Las explicaciones científicas requieren un pensamiento objetivo. Las investigaciones, tanto teóricas como experimentales, muestran que ningún niño, por debajo de la edad escolar, es realmente capaz de captar estos dos conceptos. En su más temprana edad, hasta los ocho o diez años, el niño sólo puede desarrollar conceptos sumamente personalizados sobre lo que experimenta. Por ello, es natural que el niño vea la tierra como una madre o una diosa, o por lo menos como una gran morada, ya que las plantas que en ella crece lo alimentan, al igual que hizo el pecho materno.

Incluso un niño pequeño sabe, de algún modo, que ha sido creado por sus padres; por lo tanto, es muy importante para él averiguar que, a semejanza suya, todos los hombres, vivan donde vivan, han sido creados por na figura sobrehumana no muy diferente de sus padres: algún dios o diosa. Naturalmente, el niño cree que existe algo parecido a los padres, que cuidan de él y le proporcionan todo lo necesario, aunque mucho más poderoso , inteligente y digno de confianza —un ángel de la guarda—, que hace esto mismo en el mundo.

Así pues, el niño experimenta el mundo a semejanza de sus padres y e lo que ocurre en el seno de su familia. Los antiguos egipcios, al igual que las criaturas, veían el cielo y el firmamento como un símbolo materno (Nut) que se extendía sobre la tierra para protegerla, cubriéndola serenamente a ella y a los hombres. Lejos de impedir que, posteriormente, el hombre desarrolle una explicación más racional del mundo, esta noción ofrece seguridad donde y cuando más se necesita: una seguridad que, llegado el momento, permite una visión verdaderamente racional del mundo. La vida en un pequeño planeta rodeado de un espacio ilimitado es, para el niño, horriblemente solitaria y fría; exactamente lo contrario de lo que, según él, debería ser la vida. Esta es la razón por la que los antiguos necesitaban sentirse protegidos y abrigados por una envolvente figura materna. Despreciar una imagen protectora de este tipo, como simples proyecciones de una mente inmadura, es privar al niño de un aspecto de la seguridad y confort duraderos que necesita.

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Fragmento extraído del libro Psicoanálisis de los cuentos de hadas, de Bruno Bettelheim.

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