En el momento en que más caldeado estaba el ambiente por la promulgación de decretos oficiales en los que se determinaba quién podía atender a los enfermos y quién no, se desencadenó –y no por casualidad– uno de los episodios más tristes de la historia de las mujeres y la atención a la salud: la gran caza de brujas. Esta caza de brujas fue muy eficaz para marginar hasta nuestros días a las mujeres de la práctica de la curación. De hecho, fue muy eficaz para marginar a las mujeres. Se estima que entre 1500 y 1650 murieron ajusticiadas entre algunos centenares de miles y nueve millones de mujeres, muchas de ellas sospechosas de practicar la medicina. Novecientas fueron aniquiladas en un año en la tranquila ciudad universitaria de Wurzburg, Alemania, y un centenar en las proximidades de Como, Italia. En Toulouse, cuatrocientas conocieron la muerte en un solo día; y en 1585 se redujo la población femenina de dos aldeas de la diócesis de Trier a otras tantas mujeres.
Se acusó a las mujeres de causar todos los males de Europa, Inglaterra y América. Si un médico licenciado no lograba curar a alguien, echaba la culpa a una bruja. Si se secaba la leche de una vaca, alguna bruja tenía la culpa. Se atormentaba a las mujeres con los instrumentos más refinados, perfeccionados por la Santa Inquisición y movidos por el celo calvinista, hasta que confesaban todos los horrores imaginables: relaciones sexuales con el demonio, desencadenamiento de tempestades, banquetes con niños muertos. Estos delitos de que se acusaba a las brujas pueden clasificarse en tres categorías generales. La primera engloba los delitos sexuales contra los varones; la doctrina más utilizada en los procesos –Malleus maleficarum (El martillo de las brujas), escrito en 1486 por Heinrich Kramer y James Sprenger– sostenía que "toda brujería deriva de la lujuria carnal, que en la mujer es insaciable". El segundo delito grave era estar organizado, cosa que puede haber sido cierta o no; las brujas (se usa la palabra en su acepción de parteras, mujeres sabias) podrían haber encabezado revueltas campesinas y hay indicios de que se reunían en grupos de aldeas. En tercer lugar, y esto era más pertinente, se acusaba a las brujas de tener poderes mágicos que afectaban a la salud y que les permitían tanto curar como provocar enfermedades y la muerte.
La diferencia entre brujas buenas y malas o entre magia "blanca" o "negra" no hacía al caso. De hecho, en 1563 se empezó a prescindir en Escocia de diferenciaciones jurídicas y a considerar que las brujas buenas constituían una amenaza al manos tan grande como las malas. William Perkins, destacado cazador de brujas, declaró que "la bruja buena era un monstruo más horrible y detestable que la mala" y que "si alguien merece la muerte (...) la bruja buena merece en derecho mil muertes". Se declaró asimismo que sería mil veces mejor para el país que todas las brujas, pero en especial las buenas, padeciesen la muerte. Kramer y Sprenger difundieron también la idea de que nadie causaba más daño a la iglesia católica que las comadronas.
En su libro Brujas, comadronas y enfermeras: historia de las mujeres sanadoras, Ehrenreich y English afirman que la iglesia consideraba su guerra contra las brujas sanadoras como una lucha contra la magia, pero no contra la medicina. "Cuanto mayor es el poder satánico que tienen para cuidar de sí mismas, tanto menor es su dependencia de Dios y de la iglesia y tanto mayores las probabilidades de que utilicen su poder contra el orden divino". Los encantamientos mágicos no se consideraban menos eficaces que las oraciones, "pero la oración estaba sancionada y controlada por la iglesia, mientras que los encantamientos no". Al parecer, las curaciones divinas se diferenciaban fácilmente de las demoníacas porque Dios obraba a través de sacerdotes y médicos, y no a través de mujeres.
La furia contra las mujeres llegó a automantenerse. Los cargos iniciales acabaron olvidándose, pero continuó atacándose a las mujeres por el sólo delito de no haber nacido varones. Al final, sólo las de sangre noble gozaban de cierta seguridad. En nuestro siglo (siglo XX) hemos asistido a dos episodios de terror irracional de este tipo: el nazismo alemán y la caza de comunistas organizada por McCarthy en estados Unidos. En ambos casos, y a diferencia de lo que ocurrió durante la caza de brujas, algunas víctimas lograron sobrevivir para contar y reivindicar su visión de los acontecimientos.
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Extraído de:
Achterberg Jeanne. (1994). Por los caminos del corazón. Historia y perspectivas de la visualización como instrumento de curación. Madrid: Los libros del comienzo.