La conciencia de la temporalidad y el cambio

Buda Shakyamuni consideraba que cultivar la conciencia de la muerte y la temporalidad es fundamental para una vida feliz y sana.

A menudo se dice que meditar sobre la muerte y la temporalidad fue la primera enseñanza que dio Buda tras su iluminación, cuando habló de las cuatro nobles verdades (el sufrimiento, sus causas, la liberación y el camino hacia la liberación), porque la falta de conciencia de la temporalidad y el cambio es una causa principal del sufrimiento humano. Aquellos que no reconocen la naturaleza temporal de los fenómenos desarrollan relaciones superficiales con ellos, y viven en esferas emocionales basadas en la ilusión y la fantasía. Esto a su vez produce apegos y aversiones, ninguna de las cuales es propia para la felicidad interior. Estas emociones distorsionadas producen acciones negativas que traen frustración e infelicidad a sí mismos y a los demás.

Señor y Señora del Cementerio (Sánscrito: Chitapati; Tibetano: Durdak)
Este tangka pintado se fotografió en un monasterio en Kham, Tíbet, 1990

En cambio, la conciencia de la temporalidad y el cambio es un elemento primario para dirigir la mente hacia la liberación. Dado que todas las cosas son temporales, todos los defectos personales se pueden trascender y todas las perfecciones se pueden conseguir. Como afirmó Buda en el Dharmapada

Los componentes de todas las cosas son temporales.
Cuando unos consigue darse cuenta de esta verdad
se libera naturalmente de las ataduras de la infelicidad.
Este es el camino de la purificación y la libertad.

Los lamas Kadampa del siglo XX del Tíbet, que basaban su tradición contemplativa en el linaje del maestro bengalí Atisha Dipamkara Shrijnana, decían que si uno no contemplaba la muerte y la temporalidad en el transcurso de la mañana, toda la mañana perdería su fuerza; si uno no la contempla al anochecer se perderá de manera similar.

Esta meditación sobre la muerte y la temporalidad no es una fascinación morbosa, sino que se practica en el contexto de disfrutar de una vida positiva. Es la otra cara de la moneda de la celebración. Por esta razón, los lamas Kadampa comenzaban sus sesiones de meditación con una contemplación de milu rinpoche «la preciosa naturaleza de la vida humana«: la creencia de que conseguir el renacimiento humano es tan raro y precioso como encontrar la gema que concede los deseos.

Tangka de la Sabiduría dakini Vajra Varahi, Monasterio Karsha, Zanskar, India.

En un comentario a esta tradición Kadampa, el primer Dalai Lama (1391-1475) escribió: «Los lamas Kadampa recomiendan que uno medite sobre la preciosidad de la propia vida humana hasta que los ojos se le llenen de lágrimas de alegría». Y continuó: «Solo entonces uno podrá continuar con las contemplaciones de la muerte y la temporalidad: sobre cómo la muerte es inevitable, cómo el tiempo es incierto y cómo en el momento de la muerte las únicas posesiones de valor son las joyas interiores del espíritu».

El quinto Dalai Lama (1617-1682) expresó el mismo sentimiento en versos en sus Instrucciones de Manjushri:

La preciosa vida humana, un barco que nos puede traer
la mayor sabiduría y la eterna felicidad,
solo se ha conseguido ahora. Si no la utilizamos
para viajar hacia la isla de la joya de la iluminación,
y en lugar de eso nos permitimos morir con las manos vacías,
¿no se corroerán las venas de nuestro corazón?

Y el segundo Dalai Lama (1475-1542) también escribió un poema a un discípulo:

Esta vida humana con sus libertades y recursos
es un barco supremo para la práctica espiritual.
Piensa en la preciosa oportunidad que tienes
y aprovéchate de ella, Jampel Drak...
No te dejes armar solo con el remordimiento
cuando el Señor de la Muerte te llame, Jampel Drak.

Al igual que la muerte y la temporalidad fue la primera enseñanza de Buda, también fue la última, Unos cuarenta y cinco años más tarde su iluminación le anunció que había completado su trabajo de vida, y pidió que sus principales discípulos se reunieran en Kushinigar para estar con él durante sus últimos días. El día de su muerte pronunció un discurso final a la concurrencia, entró en meditación y, con total consciencia, abandonó este mundo.

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Extraído de:
El libro tibetano de los muertos. Edición ilustrada. Texto de Glenn H. Mullin, fotografías de Thomas L. Kelly. Edaf, 2009.