I.- SEGURIDAD Y LOCURA
Estamos asustados porque creemos que no valemos lo suficiente, entonces tratamos de aparentar con la esperanza de ser aprobados. Todo eso es alimento para el ego. Es una de sus trampas para subsistir.
El miedo nos paraliza, paraliza nuestra evolución. El miedo es aliado del ego, y el ego sabe que si evolucionamos a nivel espiritual él está condenado a desaparecer, ya no será amo y señor, pues sería absorbido por nuestra conciencia, y para subsistir él necesita estar al mando. No puede estar en segundo plano, esa no es una opción para él; está al mando o desaparece. El ego es un tirano, no es de extrañar entonces que los grandes tiranos estén dominados por un gran ego.
Otra trampa, ligada a la anterior, es restarnos seguridad y confianza en las ideas que nos da el corazón. No es casual que en nuestras sociedades se exalte lo “racional” y se mire despectivamente todo aquello que tenga cariz de impulsivo o “irracional”. Aceptémoslo: nuestras sociedades reposan sobre un gran ego colectivo, el mundo que conocemos se sustenta en el ego, por eso cuesta tanto sostener su lógica, de ahí tantas guerras y conflictos. Sólo un mundo demente puede tener fe en soluciones dementes. La lógica del ego es perversa.
Pero volvamos a esa idea que surge del corazón, de algún lugar resplandeciente del espíritu. ¿Qué sentimos? Durante los primeros segundos gozamos de un estado de felicidad y nada parece imposible, incluso podemos llegar a sentirnos en éxtasis. Esas agradables sensaciones son señales enviadas por nuestro maestro interno diciéndonos que vamos por muy buen camino, es nuestro maestro interno riendo, celebrando nuestra inspiración, pero la fiesta dura poco, ¿por qué? Porque el ego, al sentirse amenazado, actúa rápidamente y de manera violenta, agresiva, invasiva, y ridiculiza nuestra idea. Su lógica nos dice que estamos locos y comenzamos a sentirnos pequeñitos, la felicidad inicial desaparece opacada por el temor al fracaso, a la burla y al qué dirán, y nuestra magnífica idea es arrojada al basurero, junto a otras ideas y sueños que hemos abandonado.
Sería interesante hurgar en ese tiradero de ideas. ¿Cuántas hemos descartado? Pongámonos a ver que todas han ido a parar allí por la misma razón. “Algo” nos dijo que nos quedaban grandes, que no estábamos a la altura, que eso sobrepasaba nuestras capacidades. Ese “algo” también nos dijo que fuésemos realistas, para qué perder el tiempo en un proyecto que no sólo nos sobrepasaba, sino que además no tenía ninguna garantía de éxito.
Las garantías, la seguridad... El mundo las tiene en gran estima, pero son ilusorias, no existen, al menos no con ese nombre. Reconozcámoslas y llamémoslas por sus nombres: obstáculos, frenos, tijeras. ¿Cuántas ideas valiosas han quedado relegadas en nombre de la seguridad? “No hay seguridad alguna de que eso funcione, es mejor que lo olvides. Es una locura seguir ese camino, mejor vete por lo seguro. No pierdas el tiempo”.
Bien, en el párrafo anterior hay mucha tela que cortar, así que comencemos.
Es curioso cómo a lo largo de la historia, las sociedades se las han ingeniado para exaltar ciertas palabras y ensombrecer otras. En este caso tenemos dos conceptos contrapuestos: seguridad y locura. Quien no sigue por la senda que se considera segura es tachado automáticamente de loco.
Digamos que hay dos carreteras. Una se llama Seguridad, la otra se llama Locura. ¿Qué nos dice la sociedad? Que lo mejor es tomar la carretera Segura, supuestamente da más prestigio, te hace ver mejor ante los demás. ¿Sabes hacia qué ciudad conduce la carretera Segura? Hacia una ciudad llamada Previsible. ¡Oh, sí! Sus urbanizaciones son cuadradas y ordenadas. Es una ciudad que tiene fama de estar habitada por personas decentes. Sus casas tienen fachadas bonitas y todo parece funcionar bien. Pero tras esos ordenados jardines y esas bonitas fachadas, habitan personas que han renunciado a sus sueños y, lo más grave, han renunciado a su autenticidad, han ocultado aquello que los hace únicos, y se han convertido en especies de robots controlados por horarios, son esclavos de las apariencias. No les queda otra opción -o así parece-, puesto que al mutilar voluntariamente su interior tienen que prestar especial atención a su exterior, ya que, según creen ellos mismos, es lo único que les queda. De ahí que estén dispuestos a dar algo tan precioso como la vida por defender sus posesiones materiales, pues están convencidos de que es eso lo que los define como personas. Sufren una severa amnesia, hace tiempo olvidaron quiénes son y para qué están aquí; vagamente, como algo muy enterrado en las brumas, recuerdan haberse hecho esas preguntas (quién soy y qué hago aquí). Sin embargo, pueden despertar cuando así lo elijan y ser libres, puesto que ellos son sus propios carceleros.
¿Quién dijo que la libertad era algo fácil? Es excitante, sí, es nuestro derecho y nuestra naturaleza, pero nos aterra no saber qué hacer con esa libertad. ¿Y si nos equivocamos? Las equivocaciones forman parte del camino y están allí con un propósito, equivocarse no es excusa para ir a encerrarnos en Previsible y olvidar quiénes somos.
Por otra parte, está la carretera Locura. No va en línea recta. Ni siquiera es un solo camino, digamos que no tiene una forma definida, la forma se la da cada transeúnte. Quienes la recorren pueden hacerlo a pie, corriendo o incluso sobrevolarla, aunque es probable que mientras la recorramos tengamos que cambiar varias veces la manera de trasladarnos. Sobra decir que los ordenados transeúntes de la carretera Segura miran con desconfianza a la variopinta fauna que transita por Locura. Algunos mueven la cabeza en gesto reprobador y otros tapan los ojos de sus hijos para evitar que contaminen sus mentes con tan bizarras y peligrosas visiones.
¿A dónde conduce la carretera Locura? Eso depende de cada quien: usted arma la ruta, usted es responsable de su propio destino. ¡Ahí está el detalle! ¿Yo soy responsable? ¿Y si me equivoco no podré culpar a nadie? ¿No hay otro responsable? ¿Y si las cosas no salen como yo esperaba no podré culpar al gobierno, a mi vecino o algún desconocido? NO. Muchos frenan ante ese gran y rotundo NO, algunos se devuelven y prefieren irse por la carretera Segura directo a Previsible, otros se derrumban y pasan mucho tiempo sin moverse, presas del miedo, otros avanzan a traspiés. No hay seguridad, sólo hay riesgos e infinitas posibilidades, todas a ser construidas por ti. Es más, esa carretera no tiene final, porque los finales son ilusorios, nada termina, todo muta y se transforma, querer detener el cambio es demente, es perverso y sólo puede traer sufrimiento. No hay garantías, pero hay herramientas, y de ellas hablaremos más adelante.