La familia y el cuidado del alma



La palabra «familia» tiene muchos significados, que dependen del contexto. El sociólogo la considera como un grupo social o constructo. El psicólogo se la imagina como una fuente de donde fluye la personalidad. El político habla de ella de manera idealizada, usando el concepto de familia para representar su programa y sus valores tradicionales. Pero todos conocemos a la familia en sus detalles. Es el nido donde nace el alma, donde se la alimenta y desde donde se la deja en libertad para entrar en la vida. Tiene una historia y una genealogía complejas, y una red de personalidades imprevisibles: abuelos, tíos, tías, primos... Las historias nos hablan de épocas felices y de tragedias. Tiene momentos de orgullo y alberga oscuros secretos. Y junto a sus valores manifiestos y su imagen cuidadosamente construida están, también, sus locuras y transgresiones secretas.

Es notable la frecuencia con que la vivencia de la familia se da en dos niveles: la fachada de la felicidad y normalidad, y entre bambalinas, la realidad de la locura y de los malos tratos. A lo largo de los años he oído muchos relatos de familias que superficialmente muestran una perfección de álbum de fotos: las salidas de campamento, las cenas de los domingos, viajes, regalos y juegos. Pero por debajo de todo esto está el padre distante, el alcoholismo escondido, el abuso de una hermana y la violencia de medianoche. La televisión presenta esta bifurcación con sus series de familias idealizadas y triunfadoras seguidas en los telediarios por la visión de los abusos y el salvajismo en la familia. Algunas personas creen en las imágenes de normalidad y mantienen en secreto la corrupción de su propia familia, deseando haber nacido en otra parte, en una tierra de bienaventuranza. Pero la recuperación del alma se inicia cuando podemos sentir profundamente nuestro propio destino familiar y encontrar en él la materia prima, la prima materia alquímica para nuestro propio trabajo con el alma.

La familia es para el individuo lo que los orígenes de la vida humana son para nuestra especie. Su historia proporciona una matriz de imágenes que luego impregnan a la persona durante toda su vida adulta. Lo que son para la sociedad las mitologías griegas, cristiana, judía, islámica, hindú y africana –su mitología formativa– son para el individuo las historias de la familia, las buenas y las malas. Al hablar de la familia nos referimos a personajes y a temas que se han entretejido para formar nuestra identidad, y que constituyen una intrincada textura. El cuidado del alma no tiene nada que ver con entender, elaborar y mejorar; resucita, más bien, las imágenes de la vida familiar como un enriquecimiento de la identidad.

Para cuidar el alma de la familia es necesario pasar del pensamiento causal a una apreciación de las historias y los personajes, permitir que abuelos y tíos se transformen en figuras míticas y estar atentos a cómo ciertos relatos propios de la familia van adquiriendo carácter de paradigma gracias a la narración repetitiva. Estamos tan afectados por el tono científico adoptado en la educación y en los medios de comunicación que, sin pensarlo, nos hemos vuelto antropólogos y sociólogos en nuestra propia familia. Con frecuencia le pregunto a un paciente por su familia y la respuesta que obtengo es pura psicología social: «Mi padre bebía, y como hijo de alcohólico, yo tengo tendencia a...». En vez de historias, oigo análisis. A la familia se la ha «anestesiado sobre una mesa». Peor aún es el asistente social o el psicólogo que para hablar de un paciente empieza con una monótona enumeración de sus influencias sociales: «El sujeto es un hombre criado en una familia judeo-cristiana, con una madre narcisista y un padre codependiente». El alma de la familia se evapora en el aire enrarecido de esta clase de simplificación. Se requiere suma diligencia y capacidad de concentración para pensar de otra manera en la familia: para apreciar tanto su sombra como su virtud.

Fuertemente influidos por la psicología evolutiva, suponemos que ineluctablemente somos aquello que somos a causa de la familia en que crecimos. ¿Y si pensáramos en ella no tanto como la influencia determinante que nos configura, sino más bien como la materia prima a partir dela cual podemos construir una vida?

Cuando contamos cosas sobre la familia sin juzgar ni analizar instantáneamente , las personas reales se convierten en personajes de un drama, y los episodios aislados se revelan como los temas de una gran saga. La historia familiar se transforma en mito. Lo sepamos o no, nuestras ideas sobre la familia están arraigadas en la manera que tenemos de imaginarla. Esa familia personal que parece tan concreta es siempre una entidad de la imaginación. Parte de nuestro trabajo alquímico con el alma es extraer el mito de los detalles concretos de la historia familiar y del recuerdo, siguiendo el principio de que el incremento de imaginación es siempre un incremento del alma.


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Thomas Moore: El cuidado del alma