Si hoy apenas se tiene una vaga idea de qué es la “sabiduría” o la “espiritualidad”, y si la filosofía y el arte parecen eclipsados por el omnipresente fulgor de la ciencia y la técnica, es en buena parte porque hemos olvidado que existen diferentes formas del conocimiento: la ciencia es sólo una de ellas, y no la más sublime. Los filósofos anteriores al surgimiento de la ciencia mecanicista explicaron que al menos hay tres tipos de conocimiento claramente distintos; siguiendo a Spinoza, llamémosles sentidos, razón e intuición.
Las ciencias propiamente dichas —ciencias empíricas— se basan —como su nombre indica— en aglutinar datos procedentes de los sentidos (y de sus extensiones: telescopios, instrumentos de laboratorio, etc.), aunque usen la razón para desarrollar teorías. Sus descubrimientos más brillantes suelen proceder de la intuición, pero en realidad la intuición se considera algo muy poco científico: se tiende a ignorar todo lo que no puede medirse y someterse a experimentos, lo cual no es mal enfoque para la física, pero resulta ridículo cuando la psicología lo aplica a las relaciones humanas.
Pero no todo lo vemos a través de los sentidos: el ojo de la razón (así lo llamaba el místico San Buenaventura) nos permite contemplar cosas a las que no accede el ojo del cuerpo. Esta forma de conocimiento, que incluye la lógica, las matemáticas y todo lo relacionado con el lenguaje, trasciende el mundo de los sentidos (…)
Al igual que el ojo de la razón va más allá de los sentidos, la intuición («ojo de la contemplación») va más allá de la razón y del lenguaje. Del conocimiento intuitivo nacen la sabiduría y la espiritualidad, y fue para abrir este ojo —casi siempre cerrado— por lo que se desarrollaron en Oriente técnicas como la meditación o los koan zen.
Utilizar sólo el ojo de los sentidos no es ciencia, sino cientificismo, utilizar sólo el ojo de la razón equivale a un racionalismo vacío, como la escolástica medieval; utilizar sólo la intuición puede llevarnos a estar en las nubes. Y cada uno de estos tipos de conocimiento tiene su lugar, que no debe confundirse; así, contemplar la espiritualidad con el ojo de los sentidos, que no debe confundirse; así, contemplar la espiritualidad con el ojo de los sentidos lleva al dogmatismo. El nuevo paradigma ha de ver el mundo con los tres ojos, cada uno en su sitio.
Otra idea antigua que convendría recuperar es la llamada Gran Cadena del Ser. Hasta hace siglo y medio fue la visión más común del esquema general del universo, un esquema basado en reconocer que hay diferentes niveles ontológicos, es decir, niveles de «Ser» o de «realidad». Todo el mundo ve que hay una gran diferencia entre una planta vina y una planta muerta; su composición material puede serla misma, pero hay algo a lo que llamamos vida que las distingue. Lo que no sabemos tan bien es qué es eso de la vida: podemos manipularla y destruirla, pero no crearla. Y lo que podemos destruir pero no crear debería ser algo sagrado. La biología nos explica las características materiales (físicas y químicas) del mundo orgánico, pero no sabe explicarnos plenamente qué es lo que da vida a la materia (…)
En la visión actual del mundo nada es sagrado: sólo existe el nivel material. Y así, con la misma despreocupación de quien juega con las piedras, se manipula el código genético, se arruina la naturaleza y se atontan las almas.
Jordi Pigem
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Extracto del artículo publicado en Nueva Conciencia. Plenitud personal y equilibrio planetario para el siglo XXI, Extra monográfico nº 22 de Integral, Jordi Pigem (Coord). Integral Ediciones, Barcelona (España), 1994.
Las ciencias propiamente dichas —ciencias empíricas— se basan —como su nombre indica— en aglutinar datos procedentes de los sentidos (y de sus extensiones: telescopios, instrumentos de laboratorio, etc.), aunque usen la razón para desarrollar teorías. Sus descubrimientos más brillantes suelen proceder de la intuición, pero en realidad la intuición se considera algo muy poco científico: se tiende a ignorar todo lo que no puede medirse y someterse a experimentos, lo cual no es mal enfoque para la física, pero resulta ridículo cuando la psicología lo aplica a las relaciones humanas.
Pero no todo lo vemos a través de los sentidos: el ojo de la razón (así lo llamaba el místico San Buenaventura) nos permite contemplar cosas a las que no accede el ojo del cuerpo. Esta forma de conocimiento, que incluye la lógica, las matemáticas y todo lo relacionado con el lenguaje, trasciende el mundo de los sentidos (…)
Al igual que el ojo de la razón va más allá de los sentidos, la intuición («ojo de la contemplación») va más allá de la razón y del lenguaje. Del conocimiento intuitivo nacen la sabiduría y la espiritualidad, y fue para abrir este ojo —casi siempre cerrado— por lo que se desarrollaron en Oriente técnicas como la meditación o los koan zen.
Utilizar sólo el ojo de los sentidos no es ciencia, sino cientificismo, utilizar sólo el ojo de la razón equivale a un racionalismo vacío, como la escolástica medieval; utilizar sólo la intuición puede llevarnos a estar en las nubes. Y cada uno de estos tipos de conocimiento tiene su lugar, que no debe confundirse; así, contemplar la espiritualidad con el ojo de los sentidos, que no debe confundirse; así, contemplar la espiritualidad con el ojo de los sentidos lleva al dogmatismo. El nuevo paradigma ha de ver el mundo con los tres ojos, cada uno en su sitio.
Otra idea antigua que convendría recuperar es la llamada Gran Cadena del Ser. Hasta hace siglo y medio fue la visión más común del esquema general del universo, un esquema basado en reconocer que hay diferentes niveles ontológicos, es decir, niveles de «Ser» o de «realidad». Todo el mundo ve que hay una gran diferencia entre una planta vina y una planta muerta; su composición material puede serla misma, pero hay algo a lo que llamamos vida que las distingue. Lo que no sabemos tan bien es qué es eso de la vida: podemos manipularla y destruirla, pero no crearla. Y lo que podemos destruir pero no crear debería ser algo sagrado. La biología nos explica las características materiales (físicas y químicas) del mundo orgánico, pero no sabe explicarnos plenamente qué es lo que da vida a la materia (…)
En la visión actual del mundo nada es sagrado: sólo existe el nivel material. Y así, con la misma despreocupación de quien juega con las piedras, se manipula el código genético, se arruina la naturaleza y se atontan las almas.
Jordi Pigem
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Extracto del artículo publicado en Nueva Conciencia. Plenitud personal y equilibrio planetario para el siglo XXI, Extra monográfico nº 22 de Integral, Jordi Pigem (Coord). Integral Ediciones, Barcelona (España), 1994.
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La imagen usada en este post es del artista Alex Grey