Culpa, ¿para qué te quiero?

Que levante la mano quien no se haya sentido culpable aunque sea una vez en la vida. Bien, veo que nadie la levanta, ah, sí, por allá, al fondo, hay una persona que se quedó con la mano a medio levantar, mientras decide si la termina de alzar o la baja hagamos una breve reflexión sobre la culpa, ese sentimiento que yo catalogaría en el renglón de los “sentimientos tsunamis”, aquellos que lo van barriendo todo sin tregua y que, al permitirles cobrar fuerza, son capaces de provocar grandes catástrofes en nuestra vida.

Bueno, ese fue un intento de definición, no soy psicóloga, pero al ser una persona con sentimientos creo que puedo aventurarme a hablar sobre ellos desde mi visión personal.

¿Qué es la culpa? ¿Es hermana del remordimiento o es el remordimiento en sí mismo? Veamos. Nos remuerde la conciencia cuando hemos cometido una acción que va en contra de nuestra escala de valores, de ahí que no a todo el mundo le cause remordimiento la misma cosa. Hay personas a quienes le remuerde la conciencia haber matado a un mero insecto y hay a quienes no les causa ni la más mínima molestia iniciar una guerra. Analicemos la frase “remordimiento de conciencia”, ah, es que la conciencia está implicada. Esto se va poniendo más difícil de lo que creí, pues a ciencia cierta nunca he sabido muy bien lo que es la conciencia, sé que Mafalda la llama “el inquilino molesto”, pero yo nunca he sabido muy bien cómo llamarla. Además, dónde rayos se aloja.

Cuando somos pequeños nos explican que la conciencia es esa vocecita que te indica lo que está bien y lo que está mal, pero también nos familiarizan con las imágenes de un diablito y un angelito que nos hablan al oído y según a cuál de ellos escuchemos serán nuestras acciones y el lío en que nos metamos. Se me antoja que “el diablito” es como una especie de anticonciencia que se nutre de nuestros bajos instintos.

Pero la pregunta continúa quedando en el aire: qué es la conciencia y dónde reside. Tal vez reside en la Psique. ¿Recordamos el mito de Eros y Psique? Eros, dios del amor, hijo de Afrodita, se casa con la hermosa Psique, y la ama con la única condición de que ella nunca contemple su rostro, así pasan noches maravillosas juntos. Psique siempre le rogaba a Eros que le permitiera verlo aunque fuese por un instante, pero él se negaba aduciendo que esa era la única manera en que podían estar juntos. Una noche, con una lámpara que le habían dado sus hermanas para tal fin, Psique, aprovechando que Eros se hallaba dormido, acercó la luz y lo contempló en todo su esplendor. Eros despertó y, disgustado, la abandonó. Al final, después de varias pruebas, vuelven a estar juntos. Todo esto me dice que nuestra psique es ese lugar dentro de nosotros que no se resiste a lo oculto. En griego, la palabra psique (psyché) quiere decir alma, pero tal como la entendemos actualmente dicha noción está más cerca de lo que conocemos como mente.

Al parecer psique y conciencia están unidas. ¿Qué es estar conscientes de algo? Pues saber, conocer ese algo, así, pues, la conciencia tiene que ver con conocimiento, por ende, si tenemos remordimiento de conciencia es porque nos remuerde el conocimiento de algo que hemos hecho. Sabemos que la acción cometida va en contra de aquello que nos han enseñado que es correcto. Pero ¿y la culpa? La culpa muchas veces se oculta en el inconsciente y está asociada a la vergüenza. Si bien el remordimiento se nos devela debido al conocimiento que tenemos de la acción realizada, la culpa es más esquiva, digamos que más compleja, no es tan fácil de ubicar. La culpa es como la semilla de una planta espinosa que se incrusta en esa región misteriosa llamada el inconsciente ¿y por qué se oculta precisamente allí? Probablemente porque sus motivos no son tan obvios, digamos que están en capas, en ocasiones, la culpa está enterrada bajo tantas capas que es difícil dar con su origen. Pero ese aparente desconocimiento no impide que la planta, con sus espinas, crezca en varias direcciones haciendo distintos estragos.

Sin embargo, para ubicar la culpa hay distintos síntomas que nos pueden ser de utilidad, pues la misma está asociada a emociones como la rabia, la ira, la melancolía, la impotencia y la frustración.

El problema es que no estamos fácilmente dispuestos admitir que sentimos culpa por algo. Podemos admitir y reconocer que sentimos remordimiento por algo, pero no que sentimos culpa, ya que la misma, como se ha dicho, está asociada a un sentimiento de vergüenza que deseamos esconder a toda costa, pues tememos que si el mismo queda al descubierto seremos repudiados, pero en realidad somos nosotros mismos quienes hemos comenzado a repudiarnos sin darnos cuenta.

La culpa suele carecer de lógica, no tiene que ver con estar a dieta y comerse un profiterol relleno de chocolate a media tarde; muchas veces sentimos culpa por situaciones que no tienen que ver directamente con nosotros, pero que se conectan a nuestro mundo interior debido a vivencias de cariz negativo que no hemos logrado resolver. Una vez conocí a una chica que creía que si algo malo le pasaba a sus seres amados sería por su culpa. ¿Por qué? Su padre era alcohólico y vivía en pésimas condiciones, ella se sentía responsable por no poder ayudarlo, se sentía impotente y culpable debido a la situación de su padre. En cuanto a su madre, se sentía mal porque en ese momento dependía económicamente de ella, ya que en ese entonces se encontraba desempleada. Por otra parte sentía que su pareja estaba evolucionando mientras que ella se hallaba estancada, lo cual también la llevaba a sentir culpa. Todo esto representaba una pesada carga que le hacía más difícil avanzar, además de hacerla sentir física y mentalmente agotada. Vivía deprimida. Esos problemas tenían, por supuesto, una raíz más profunda de lo que ella en ese momento estaba preparada para ver o reconocer, tengamos en cuenta que no siempre el momento es adecuado para afrontar con crudeza lo que nos lastima.

La culpa agota, enferma, nos exprime a distintos niveles: físico, mental, emocional y espiritual. Cómo lidiar con ella. No creo en fórmulas mágicas. Estoy convencida de que para que una persona salga de una situación difícil debe querer hacerlo, además de reconocer que tiene un problema. Algo muy efectivo es salir del papel de víctima. ¡Cómo nos encanta victimizarnos! Ser los protagonistas de un drama en el que el mundo entero nos maltrata y está en nuestra contra (una actitud muy adolescente): nuestro jefe, nuestros padres, nuestros amigos, nuestros vecinos, el empleado de una tienda, la compañía de teléfonos, la peluquera, todos están confabulados para hacernos la vida difícil, y por qué, si somos tan buenas personas, si no le hacemos daño a nadie, bla, bla, bla… ¡Corten!

Si en realidad deseamos avanzar y salir del papel de víctimas tenemos que dejar el ego de lado, aunque antes es imprescindible reconocer lo egocéntrico que somos: todo gira a nuestro alrededor, todo depende de nosotros, somos el centro, no hay nada más fuera de nuestra corporeidad. Una vez hayamos reconocido que no somos el centro del universo, ni siquiera de este mundo que habitamos o de la calle en que vivimos, podemos comenzar a avanzar y ver las cosas desde otra perspectiva. Es hora de asumir responsabilidades. ¿Qué implica esto? Obviamente somos responsables por nuestras propias vidas, pero hay cosas que escapan a nuestro control. Lo más saludable es centrarnos en los acontecimientos que en ese momento podemos controlar, podemos fijarnos una meta y comenzar a dar los pasos para su cumplimiento, estando conscientes de que tal vez las cosas se den de otra manera, ya que la vida es imprevisible. La idea de esta afirmación no es crear zozobra ni inspirar pensamientos del tipo: “Si la vida es imprevisible para qué hacer planes”. Para avanzar es necesario crearse objetivos, pero es imposible controlar cada una de las etapas y aspectos del camino que conduce hacia dicha meta, tenemos que aprender a lidiar con los imprevistos sin convertirlo todo en una tragedia. Si se nos presenta un aparente obstáculo es recomendable ampliar nuestra visión y ver de qué otra forma pueden hacerse las cosas, no es sano aferrarse a ideas o criterios fijos sobre cómo debe cobrar vida un proyecto. La vida es imprevisible, sí, pero también es increíblemente rica en posibilidades.

Una vez hemos asumido nuestras responsabilidades debemos dejar a cada quien lo que le corresponde, no podemos ir por la vida pretendiendo resolver los problemas de otro. Podemos ayudar, colaborar, mostrarnos solidarios, pero a veces no podemos hacer otra cosa más allá de brindar afecto y compañía, o simplemente escuchar. Con un simple gesto podemos hacer mucho. Lamentablemente no podemos resolver por nosotros solos la situación de todas las personas que pasan hambre en el mundo, pero si el tema nos interesa y sentimos que debemos hacer algo al respecto, entonces busquemos la manera de canalizar esa ayuda, puede ser uniéndonos a algún grupo, apoyando a alguna organización o ubicando en nuestra comunidad a aquellas personas necesitadas y ofrecerles un plato de comida. Cada quien sabrá lo que está a su alcance realizar en un momento determinado.

A veces nos culpabilizamos no por aquello que hemos hecho o dejado de hacer, sino por algo que nos han hecho a nosotros. Esto suele suceder muchas veces en casos de abuso. La persona que es abusada suele sentir que algo en ella llevó a la otra persona a hacerle daño o se siente culpable por no haber detenido al abusador en su momento. Para dejar una situación atrás es preciso perdonarla, perdonar la situación y perdonarnos a nosotros mismos. Muchas personas se enojan cuando se les habla de perdón, piensan que se les está hablando de justificación hacia una situación de maltrato. El perdón no implica justificar a aquellos que nos han hecho daño, tampoco implica que no se recurra a la justicia legal si el caso l amerita. El perdón tiene que ver más bien con nosotros mismos: con liberarnos del odio y del rencor, dos sentimientos sumamente nocivos que pueden corroernos hasta el punto de mermar nuestra salud. Si odiamos a la persona que abusó de nosotros le estamos concediendo poder sobre nuestras vidas, nos estamos encadenando a ella. La única manera de liberarnos es perdonando, lo cual nos permitirá tomar decisiones equilibradas, pues las emociones abrumadoras como el odio suelen empañar nuestro sentido común y, por ende, nuestra capacidad de decisión.

Por último, al asumir que somos responsables de nuestra vida y de las decisiones que tomemos es recomendable buscar tiempo y espacio para hacer aquello que nos haga sentir plenos, desde un empleo que se conecte con quienes somos realmente hasta alguna actividad física o creativa que nos llene y nos ponga en contacto con el disfrute, recordando que somos nosotros quienes nos colocamos límites. Si no nos damos la oportunidad de trabajar en quienes queremos ser, la culpa será nuestra fiel e incansable compañera y estará ahí para frenarnos y hacernos sentir mal. En la medida en que nos armemos de valor para tomar las riendas de nuestra vida, y dejemos de buscar excusas como la edad, la situación económica o política, la culpa se irá alejando porque ya no tendrá en nosotros un lugar donde resguardarse.

Lady Nurr**